jueves, 26 de mayo de 2011

No sé me importa un pito que los hombres

homenaje a Oliverio Girondo

No sé, me importa un pito que los hombres

No sé me importa un pito que los hombres tengan un cuerpo esculpido por el mismo Miguel Ángel o sean los huesos de un pobre perro callejero; tengan los brazos seguros o sean el mismo suspiro del miedo. Le doy importancia igual a cero que sus ojos tengan el hermoso brillo de las mañanas o que tengan permanentes lagañas. Soy perfectamente capaz de soportarles estaturas napoleónicas aún cuando se crean altos y guapos; ¡pero eso sí! – y en esto soy irreductible – no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo los que pretendan seducirme!

Esta fue – y no otra – la razón de que me enamorara tan locamente del viento celeste.

¿Qué me importaba que sus brazos rodearan de vez en cuando otras siluetas de arcilla pura, ni que sus besos me recordaran perfumes olvidados? ¿Qué me importaba su sortija en el bolsillo del pantalón o las llamadas de trabajo hogareño? ¡Ese hombre era una pluma ligera!

Me llevaba volando de la tierra al paraíso, de la verdad al sueño mismo.

¡Con qué impaciencia esperaba al amado mío! Esperando siempre pendiente del reloj, esperaba que llegara de donde sea que sus pies le llevaran hasta mi dulce cama y a los pocos segundos lo abrazaba con mis piernas, lo colmaba de besos y deseos, de te quieros y caricias para irnos volando a algún lugar.

Volando, siempre volando, nos abrigaban las nubes y nos alumbraban las estrellas, por horas las caricias eran las palabras del más bello poema de amor y, súbitamente, llegaba el calor interior que te lleva a tocar el paraíso y te regresa en espasmos acalorados a las sabanas de esa dulce habitación.

¡Qué delicia tener hombres tan ligeros como ese amante mío! Tan ligeros, tan ligeros que volando el tiempo regresan a su nido pensando ésta mujer, pensando en las nubes, pensando siempre en volar.